7 de junio de 2012

A FAVOR DE LOS VIEJOS



En mi opinión −que tontería en este rincón siempre es mi opinión− uno de los grandes males de la sociedad occidental es el miedo a envejecer, que se traduce en dos desmoralizadoras vertientes: por un lado, la obsesión física por parecer joven. La mayoría de las estrellas de Hollywood están tan operadas que conseguir una buena actriz protagonista con la frente marchita y las arrugas de la felicidad es casi imposible. Y ya no solo celebrities; este mal absurdo también se ha apoderado de millones de mujeres (los hombres de momento son menos) anónimas que no saben aceptar el paso del tiempo. Es ridículo luchar contra la edad porque entre otras cosas es una batalla perdida. ¿Por qué ese miedo a aparentar lo que ya no somos? La arruga es bella, métanselo en la cabeza. Y para las estrellas, ¿qué sería de la historia del cine sin las caras ajadas de Betty y Joan en ¿Qué fue de Baby Jane? o de Catherine en De repente, el último verán?


Y por otro lado, y más doloroso pero menos obvio, es el desprecio de la sociedad a los viejos (nada de eufemismos, ni tercera edad ni mayores, son viejos y se les trata como tal). Si eres viejo, ya no interesas. La prueba la tenemos en la relación de los abuelos con sus nietos. Cuando son pequeños, estos no se separan ni a sol ni sombra de sus abuelos, son su referencia más allá de las paternas; cuando empieza la pubertad y las hormonas se revolucionan, desaparecen de sus vidas. Ya no encuentran tiempo para pasarlo con ellos. Simplemente, huelen a viejos.


El gran Jean Paul Gaultier, único diseñador que sube a las pasarelas de París a mujeres mayores, lo explica claro y alto: “Al envejecer, el vaquero se vuelve cada vez más bonito. Las marcas de la edad y las arrugas de expresión muestran el carácter. Los viejos deben formar parte de nuestra sociedad. Su experiencia nos enriquece. No hay que meterlos en asilos. Mirad cómo los veneran los musulmanes. Ellos, al menos, no los rechazan”.


Había una época, no hace mucho tiempo, en la que ser viejo era un status que otorgaba respeto y veneración propios de la experiencia, es decir, de la sabiduría. Los viejos tienen mucho que aportarnos y no podemos dejarlos de lado socialmente. Una de las grandes aventuras que te puede reportar la vida es encontrarte con un viejo que sepa transmitirte su experiencia. Y quién no lo entienda así, mala vejez le espera.

6 comentarios:

Zizi Carlos Jeanmarie dijo...

A esto se llama sabiduría, colegas.

Bruna Zeller L.A. dijo...

Crecer y envejecer es inevitable, todos lo acabamos haciendo, tarde o temprano. No se puede escoger no envejecer, no tenemos opción.

Madurar si es opcional, es algo que depende de nosotros mismos. Tenemos en nosotros mismos el poder de crecer en conocimientos, madurez y sabiduría. No aceptar el paso del tiempo es una señal de inmadurez crónica; mi abuela siempre lo decía. Y más, mi abuela refiriéndose a mi madre (su hija), decía que no saber envejecer era un atributo típico de la gente estúpida y vacía.

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo con Bruna y Zizi, quien no lo acepte, es un necio

Marta Bibesco dijo...

Estoy con Bruna Zeller. Hay que saber envejecer con dignidad

Teodora dijo...

Dios me ayude a envejecer con clase como Gena Rowlands

Alicia dijo...

Cuanta razón tienes!