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Elmer Batters
Ninguna parte de la anatomía humana tiene desperdicio y todas son susceptibles de convertirse en una pulsión incontrolable. Bien lo sabemos los fetichistas. La RAE define fetichismo como “Desviación sexual que consiste en fijar alguna parte del cuerpo humano o alguna prenda relacionada con él como objeto de la excitación y el deseo”. Desviación o no, todos caemos en el mismo saco, y quien esté libre de desviarse del camino que no se detenga en la primera curva.
De todas las parafilias reconocidas, la más común entre los varones es la podofilia, es decir, el fetichismo de pies. Esta fijación erótica por los pies, ya sean desnudos o no, es más vieja que Caín y Abel. Además el fetichismo es al arte dionisíaco lo que la pimienta a todas las comidas, el perejil a las salsas o la mantequilla a los postres.
Repitiendo el patrón de la entrada anterior dedicada al arte del desnudo, ofrezco mi sugerente y púdico repaso compuesto por ocho imágenes, para mí, icónicas sobre los pieses (sí, el plural de pies debería ser pieses). Y, como la imagen va delante del verbo, o mejor dicho, en el mundo moderno lo suplanta y lo tiraniza, me dejo la verborrea para otra entrada y les dejo con los grandes y los pieses. Y no sean cochinos.
Dorothea Lange
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Marilyn Minter
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Lissete Model
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John Gutmann
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Richard Avedon
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Helmut Newton
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Guy Bourdain
Los focos y las cámaras de la Liga de las Estrellas, la de los campeones del mundo, la siesta y el pescaíto frito, apuntan a los banquillos de los estadios más que en la alfombra verde. El derby Barcelona-Madrid pasa esta temporada por un atractivo duelo entre Guardiola y Mourinho. Los misters acaparan, por primera vez en la historia, más titulares y atención que sus respectivas estrellas: Messi y Cristiano Ronaldo.
El catalán y el portugués representan dos maneras antagonicas de vivir el fútbol, y cada uno, a su manera, es el mejor. Están caldeando a la afición con sus intervenciones, con sus careos y sus rifirrafes. Guardiola, cada vez más histérico, intenta mantener su pose educada y comedida, algo desgastada en los últimos meses. Mourinho, por su parte, sigue entregado al circo mediático y sabe darle a cada uno lo que quiere: a la prensa, titulares; a los rivales, provocacion; y a sus jugadores, confianza.
Pero a los dos entrenadores más célebres del momento les ha salido un competidor en la vecina liga portuguesa que hace temblar los cimientos de su reinado: Villas-Boas. El entrenador del Oporto, con una trayectoria parecida a la de su cuasi mentor Mourinho (sin background futbolístico, empezó a entrenar por casualidad), cosecha a día de hoy los mejores resultados de todas las ligas europeas. En su primera temporada al frente de los dragoes, los números conquistados por los pupilos de Villas-Boas son de récord. Y al margen de sus dotes contrastadas de estratega en los terrenos de juego, Villas-Boxes, el entrenador más joven de la liga lusa, tiene un buen pintón; posee, como se suele decir, buena facha; es masculino, elegante y discreto; es atractivo, con buenos modales y mucho carácter; y parece un tipo sensible.
Villa-Boas representa esa nueva hornada de entrenadores (Quique Sánchez Flores, Joachim Low o Laudrup) con buena imagen, saber estar y charla civilizada, que se aleja de sus padres futbolísticos, chandaleros, con kilos de más y verborrea animal (tanto que parecían dirigir un rebaño de ovejas). El mundo del fútbol necesitaba de este relevo generacional para tratar de espantar de una vez los demonios retrógrados y bárbaros que acechan su reinado. Aunque no se acabe del todo con los tópicos, un buen lavado de imagen era más que necesario.
Villas-Boas personifica la otra verdad del fútbol contemporáneo, esa que sugiere que un fútbol mejor es posible. Porque el fútbol debe aspirar a ser un deporte de hombres… distinguidos.
El tiempo se me escapa de las manos al ritmo de unos días cada vez más cortos. Pero de mayor intensidad. Día frío y soleado de mediados de noviembre, justo antes de que empiece el invierno en Madrid; he decidido poner una meta en mi camino: En busca del tiempo perdido, de Proust.
La obra cumbre del siglo XX de la valiosa y orgullosa literatura de un país que cuida y ama a sus escritores como ningún otro. La obra que Truman Capote quiso emular y no se atrevió. Y la misma que Yves Saint Laurent rezaba a diario. Y, cambiando de tercio, Ratatouille popularizó.
Existen muchas razones para no leerla. Y sólo una por la que sí hacerlo. Que cada cuál encuentre la suya. Yo la tengo.
Quizás me quede a la mitad del camino de los paraísos perdidos, pero incluso así el esfuerzo habrá merecido la pena.
A veces hay que ser serio. Y saber aburrirse.
Este principio lo vale todo:
Mucho tiempo he estado acostándome temprano. A veces, apenas había apagado la bujía, se me cerraban los ojos tan presto, que ni tiempo tenía para decirme: “Ya me duermo”.