Haciéndose esperar lo justo, como una diva en toda regla, Rubi apareció –melena larga, “rubia de peluquería”, minifalda y botas negras que dejaban ver sus piernas de impresión, una mezcla perfecta entre Francoise Hardy y Nancy Sinatra– acompañada de una banda de alquiler capitaneada por el legendario Guzmán. Para que os hagáis una idea más precisa, Rubi es la antítesis de la butifarra reventona de Alaska, autoproclamada diva de la Movida: alejada del petardeo casposo, con conciencia de quién es y cuántos tiene (sí, cincuenta y dos, pasa algo), cercana, afable, guapa y con los pies en la tierra.
Tocó lo mejor de su añejo repertorio, como no podía ser de otra manera teniendo en cuenta el tipo de concierto que se trataba, y conforme fue calentándose y quitándose ropa (bufanda y chaqueta) empezó a sentirse más cómoda, a cantar sin desafinar y a ofrecernos su maravillosa sonrisa. Es curioso comprobar como después de más de veinticinco años viviendo en España, sigue conservando ese acento tan argentino.
Presentó también canciones de su nuevo disco, un tributo a F. Hardy, en concreto dos en francés y una en español adaptada por su gran amigo Leopoldo Alas, y recuperó una maravillosa canción sin grabar compuesta para ella por Carlos Berlanga pocos años antes de morir. Una canción de desamor y engaños al más puro estilo berlanguiano que hizo que se nos pusieran la piel de gallina a gran parte del respetable. Fue el momento más emotivo e intenso del concierto al recordar, con un nudo en la garganta, a los geniales músicos que ya no están entre nosotros (Borsani, Aresti y el propio Carlos).
Y para el final, cuando ya tenía al público metido en el bolsillo y cominedo de su mano, nos hizo vibrar, cantar y recordar sus grandes hits (Yo tenía un novio, Dime dónde, Mi corazón pertenece a papi) en una apoteosis bautismal por la que volvimos a creer en que quizá la Movida si existió, y que sus diosas nos son las que parecen ser.
Y no puedo terminar sin hacer un breve apunte del público congregado: de “los movidas”, muy pocos. Pero por la edad muchos vivieron esos años dorados, pero vamos, de los presentes ninguno olió ni de cerca el Rockola. El clan Fitz-James casi al completo, en tonos grises que desentonaban con las melodías tecnicolor de los Casinos; María Fitz-James desde su posición privilegiada, más pendiente de gustarse a sí misma que del propio concierto, tarareaba las canciones empolladas la noche anterior; la hermana de Marta Chávarri, ¡qué pereza Dios mio!, cual pija barata de segunda; Pedro Piqueras y su partenaire, y un grupo de Las Rozas amigos de Rubi, que nos confirma que “los movidas” se han aburguesado como han podido. Y como no, su hija, Juanita Borsani, encandadísima con el sarao y orgullosísima de su mamá.Yo también lo estaría.
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